domingo, 5 de junio de 2011

Vino *él*.
Trajo chocolates, muchos.
Se quedó anoche y la noche antes de anoche.
Salimos sólo para comer. Enormes cantidades de grasa en la comida, trillones de calorías por gota de saliva que genera el chocolate. Submarinos. Hamburguesas.
Me odio luego, porque *él* se va, y yo me quedo con toda esta comida en el estómago, masticando laxantes, reventando el botón del pantalón, deseando que venga todos los días y que no traiga comida. Que venga *él* solito, con su espalda y con sus brazos y con sus piernas como tenazas.
Odio quedarme sola. Amo quedarme sola.
Con *él*, pero sin comida. Estoy lista para quedarme sin comida pero con él. Ser feliz inmediatamente y después, por el vacío.
Puedo estar tres días sin comer y teniendo sexo solamente. Me hace bien a la piel, al corazón, al ánimo, al estómago. Ese puede ser -ha sido algunas veces- mi alimento. Se lo dije. Se rió, me tildó de ninfómana y abrió otro chocolate.
Lo odio un poco. Lo odio cuando viene con comida y lo odio cuando se va.
No sé cuándo lo odio más.
Me dejará, claramente, lo huelo en el aire, se lo veo en el pelo. Me dejará antes que yo pueda dejarlo.
Si lo odio, será más sencillo.
Si ayuno, también.
Me dejará, pero seré un esqueletito dejado.



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